
Resurrección
Relato sobre la diversidad, la búsqueda de la identidad y la resiliencia.
Amanece. Después de una interminable noche sin luna, de convulsas pesadillas y visiones angustiosas, el alba te sorprende, retorciéndote entre las lívidas sábanas, como un insecto en su crisálida.
Te estás muriendo. Dejas atrás años de tinieblas y sufrimiento solitario, un dolor insoportable escondido día tras día en lo más profundo de tu ser, tras el banal antifaz de la cotidianidad. Al morirte te desnudas, despojándote lentamente de lo que hasta ahora ha sido tu vida. Primero, te deshaces del rencor, que te ha llevado a odiar cada milímetro de tu piel, a rechazar un cuerpo que sientes ajeno, a maldecir la equivocación de tu nacimiento, incluso a desear mutilar esta horrenda parte de ti que jamás sentiste tuya. Desfilan ante tus ojos escenas del ayer, y vuelves a ser por un instante aquel niño triste y solitario, condenado a ser quien no eras. Vuelves a oír las burlas de tus compañeros de clase, a sentir el silencioso rechazo de tu familia, a sufrir la confusión de tu mente atrapada en una identidad equivocada. Y lloras, liberándote por fin del dolor, abrazas tus memorias, porque a pesar de todo son parte de tu vida, parte de ti, y luego las dejas ir. Liberándolas, te liberas a ti mismo. Perdonas a los que te hirieron, pero sobre todo te perdonas y al fin, en paz contigo y con el mundo, cierras los ojos mientras la soledad impávida te contempla y el silencio te envuelve como un sudario.
Parpadeas. El sol derrama ríos de luz ambarina en tu lecho, acariciando tu cuerpo maltrecho por cuarenta y muchos años de desvelos y sufrimientos. Sin abrir los ojos, saboreas durante un instante esta sensación nueva, pensando que si esto es la muerte, tendrías que haberla abrazado mucho antes. Entonces abres los ojos y contemplas lo que te rodea. Descubres estupefacto que estás en tu cuarto, desnudo como un recién nacido, solo como siempre lo estuviste, fuerte como el que ha viajado hasta los infiernos y ha vuelto con vida. Tu mirada vuela más allá de la ventana abierta, y se posa en el viejo olivo donde un pájaro canta, luego se detiene en la enredadera que se derrama desde lo alto de la estantería, y constata con asombro que ha florecido. Tu habitación te parece distinta a la luz de la tarde, más luminosa y diáfana, bella y serena a la vez. Luego tus ojos contemplan en la mesita de noche el vaso de agua, el frasco de pastillas vacío, la nota de despedida que nadie leerá y sonríes. Nunca creíste en las segundas oportunidades, hasta ahora, hasta este día.
Te levantas, te diriges lentamente hasta el tocador y te sientas lentamente delante del espejo. Tus manos acarician tu rostro marcado por los años, intentando en vano estirar la papada, suavizar las ojeras y las arrugas, atenuar las rojeces que ha dejado en tu piel la depilación. Contemplas con ternura tu avanzada calvicie, donde asoman tímidamente los escasos pelos recién implantados, y piensas que tal vez quede esperanza.
Ayer fue uno de los peores días de tu vida, y también el más decisivo. Cansado de ir cada día a dar clases, atrapado en la identidad de Matías, vestido como Matías, y comportándote como él, decidiste dar el paso. Haciendo prueba de un valor que ignorabas poseer, llegaste al instituto y, en vez de ir hacia tu clase, fuiste directo al despacho de la directora. Con el corazón desbocado, y presa de un temblor incontrolable, llamaste a su puerta. Haciendo caso omiso de sus reticencias, hablaste con ella. Intentó darte largas, pero no aceptaste sus excusas.
—No puedo volver más tarde, ni otro día Pilar, tengo que hablar contigo, es una cuestión de vida o muerte.
Finalmente accedió a regañadientes a recibirte y escuchó estupefacta tus revelaciones. Después de que terminaras tu relato, te miró con expresión consternada y te pareció ver en sus ojos, una mezcla de lástima y compasión.
—¿De veras Matías, has meditado bien esa decisión? No me malinterpretes, comprendo lo que sientes, pero tu vida se puede convertir a partir de ahora en un infierno.
—Mi vida ya es un infierno, no puede ir peor, y dudo que lo comprendas, con todos los respetos.
La directora parecía abrumada, desbordada por los acontecimientos.
—¿Y tiene que ser mañana? ¿Precisamente mañana, el día de la ceremonia de graduación? ¿No puedes esperar?
Decidiste ser tajante.
—He esperado demasiado, cuarenta y cinco años para ser exacto, y no me queda tiempo. Mi decisión está tomada, y te pido que la respetes.
—Vas a ser el hazmerreír de todos, de los demás profesores… ¿Has pensado en qué dirán tus alumnos?
—Mis alumnos ya lo saben, y la gente que me quiere también, no me importan los demás.
Incapaz de encontrar más argumentos, la directora suspiró profundamente y se rindió.
—Que así sea, pues. Comunicaré a tus compañeros tu decisión, para que no les coja por sorpresa mañana, pero atente a las consecuencias, no sé cómo se lo tomarán.
—Que se lo tomen como quieran ─contestaste, creciéndote─, no hay vuelta atrás.
Saliste de su despacho con la cabeza alta, alterado pero orgulloso de ti mismo, por primera vez en años. Pero al transcurrir el día, la euforia se diluyó lentamente, dejando lugar a una angustia creciente, sembrada de dudas. Al llegar a casa, sentiste de nuevo el viejo fantasma del miedo atenazándote como lo había hecho siempre, te asustó pensar en el día siguiente, el rechazo, las burlas, y tu determinación se esfumó dejando lugar al terror. Vislumbraste el mañana como una prueba insuperable, te imaginaste subiendo al estrado para la ceremonia, en medio de las risas y las burlas de todos, y, desesperado, escogiste huir de la vida, del dolor, y te hundiste en un abismo insondable, un pozo de negrura infinita.
Pero esto pertenece al ayer, son recuerdos borrosos de un pasado que ya te parece lejano, que quieres olvidar. Sentado delante de tu tocador, inicias el ritual mágico de transformación que ha sido tu secreto todos aquellos años. Primero aplicas una crema hidratante con suaves masajes, luego una fina capa de maquillaje que disimula las pequeñas imperfecciones de tu piel, delineas el contorno de tus ojos con un lápiz negro, y finalmente alargas tus pestañas, en lentos movimientos ascendentes. Terminas con un leve toque de colorete en los pómulos. Luego coges con delicadeza la hermosa peluca que reposa en el maniquí del tocador, y te la colocas cuidadosamente, peinando el flequillo y alisando muy despacio el pelo sedoso. El toque final de carmín le da vida a tu rostro de mujer y color a tu sonrisa. Te diriges hacia el armario de tu ex mujer, y recuerdas con dolor como salió de tu vida dando un portazo, después de descubrirte delante del espejo, maquillado y vestido con su ropa. Aún recuerdas su expresión incrédula al verte, sus ojos exorbitados por la sorpresa, sus lágrimas… No quiso escucharte, ni comprender tu historia, te miró horrorizada y huyó sin mirar atrás. Lamentas su dolor, causado por tu cobardía pasada, al fingir ser quién no eras, pero sabes que ya no es hora de remordimientos. Es hora de mirar hacia delante.
Escoges sin dudarlo el vestido ceñido que realza mejor tu feminidad, unas medias finas, un sujetador con relleno, y los zapatos de tacón con los cuales llevas años ensayando, y después de vestirte te contemplas emocionado. Ella te sonríe ahora desde el espejo y tu mirada acaricia cada detalle de tu nueva imagen. Se llama Alba, te llamas Alba de ahora en adelante, así lo anunciaste ayer a la directora asombrada. El nombre que escogiste hace tiempo pensando en este momento, cobra un nuevo sentido ahora. Alba, que renace después de una oscura y eterna noche, Alba primera luz de una nueva existencia, aurora portadora de promesas…
Es la hora. Ansioso y emocionado, miras entre bastidores el público congregado, reconoces algunos de tus alumnos, sus padres, gente del pueblo, y tienes que respirar hondo para que el pánico no se apodere de ti. Sientes una mano apretando discretamente tu hombro, y cuando te das la vuelta, reconoces a Álvaro, el jefe de estudios. Te sonríe. “Todo irá bien”, parece decir. Están llegando los demás profesores, te rodean y sientes que te apoyan en silencio, y por fin entra Pilar, la Directora.
—¿Lista para empezar, Alba? —pregunta, mirándote con una sonrisa.
Asientes, incapaz de pronunciar una palabra, mientras secas una lágrima furtiva. Entonces, se abre el telón y sabes que ha llegado el momento, tu momento. Coges aire, sonríes y sales a la luz. Aturdida, caminas lentamente bajo los focos hasta tu sitio. Cuando por fin levantas la cabeza y miras hacia delante, reconoces entre el público algunas caras amigas que te sonríen. Tus compañeros están a tu lado, arropándote. Comprendes que acabas de dar el primer paso. Sabes que el camino que te espera no es fácil, pero es tu camino, y lo has elegido tú. Mientras resuenan los aplausos, una lágrima rueda lentamente sobre tu mejilla, y te sientes feliz.
Como el ave fénix, renaces de tus cenizas, miras hacia la luz, abres tus alas a la vida, y por fin comprendes el sentido de la palabra resurrección.


2 Comentarios
Pilar Ponce
Genial, una descripción de los sentimientos muy real, escritora fantastica
Michèle
Muchas gracias Pilar por leerme y por tu comentario. Te animo a pasearte por el blog, y, si te gusta mi contenido, a suscribirte. Te regalaré 2 cuentos para tu suscripción. Un beso. Michèle